viernes, 23 de octubre de 2009

Reciclando me doy una maña...


La verdad es que yo soy ecologista. Vaya, me siento ecologista. Estoy de verdad concienciado con el respeto al medio ambiente, me preocupa el calentamiento global y que ya mismo se pueda ir en barco a la Alpujarra de Graná; así que voy cumpliendo a diario las pequeñas reglas que los ciudadanos podemos seguir, más por convicción que por su utilidad (que, según dicen algunos, es más bien escasa, tirando a nula). Por ejemplo, lo del reciclaje.

Es que hay que ver, ¡con el poco trabajo que cuesta reciclar, hombre! Qué poca consideración tiene la gente. Solamente hay que tener un cubo con doble compartimento para residuos, uno para los restos de comidas (aunque si la cosa sigue igual, a la economía me refiero, a lo mejor dentro de poco es innecesario...) y otro para plásticos y... esto... en fin, todo lo que no son cáscaras. Ah, bueno, además hay que buscar un sitio-bolsa-caja-“loquesea” donde guardar los vidrios, ya que también tienen varias vidas y no seré yo quien se las niegue; que por cierto, hay que saber diferenciar (se enfadan muchísimo los que mandan en esto si no se hace) vidrio de cristal, que por lo visto es facilísimo de distinguir y sólo un necio no sabría (¿me están llamando necio? No creo, con lo ecologista que soy yo...). Claro, y otro recipiente para el cartón-papel-cartulinas-periódicos y lo que se le parezca. Uy, la ropa que ya no se usa, también tengo que archivarla. ¡Anda! Y las pilas, que no se nos olvide llevarlas a... ¿? Claro, podríamos tener un sistema, como esos países europeos tan sosos, en el que cada día de la semana el servicio de recogida de basuras se lleva uno de estos elementos, y si no lo haces bien te crujen a multas, por mal ecologista. Pero no, hombre, es mejor nuestro sistema, más divertido desde luego...

Total, que ecologista yo, voy a cumplir con mi tarea de salvar el planeta, y no cejaré en mi empeño hasta que lo consiga, vaya. Así que arramblo con la basura orgánica, los plásticos, los papeles, algo de ropa vieja, vidrios, pilas, y un trozo de un ordenador viejo que aún no sé dónde tirar, y me lo llevo todo al coche. Al maletero. Basura orgánica incluida, sí , porque mi Ayuntamiento considera que no soy digno de tener un contenedor de basuras frente a mi puerta, y, siempre pensando en mí, faltaría más, me ha puesto el contenedor más cercano al final de la cuesta abajo que es mi calle; digo pensando en mí porque seguro que el alcalde quiere que yo haga ejercicio bajando y subiendo la cuesta, por mis triglicéridos, claro, y como yo no soy mal pensado pues se lo agradezco. Pero como en realidad soy un ciudadano desagradecido decido tirar la basura a la vez que el resto de cosas, y lo hago en coche, más que nada porque los contenedores más cercanos de residuos reciclables están más de 500 metros de mi casa. Pero como yo soy ecologista, nada podrá detenerme.

Lleno el maletero de bolsas de variadas formas, texturas y olores y me dirijo al punto de reciclaje, mientras mi maletero tintinea de vidrios y latas de atún vacías. Llego a mi destino observando ya desde lejos cómo el contenedor amarillo rebosa por ambas entradas de bolsas, algunas rotas, su contenido desparramado por el suelo cercano. Fíjate, no soy el único ecologista, mis vecinos también son bellas personas; ¿o no será que no recogen esto desde sabe cuándo? No, no pensaré mal, y me limito a poner mi bolsa encima del artefacto, haciéndole compañía a otras que ya viven allí; fíjate, ¡ésa creo que me suena del otro día que vine por aquí! Peor ha sido otras veces, cuando he tenido que meter la bolsa por ese agujerito, diseñado para personas que, al parecer, reciclan todos los días...

Ahora los vidrios: han pensado los sabios reciclantes que es bueno echar las botellas una a una, y por ello el redondel es tan pequeño; a lo mejor no han pensado que yo traigo botellas de la última Nochevieja, y que una a una pues no sé... Además, creo que hay algunas rotas y no me atrae la idea de meter la mano en la bolsa. En fin, lo intento de buena fe, volcando la bolsa y dejando caer el contenido, con la mala suerte de que dos quintos de cerveza se salen del camino y se estrellan contra el suelo; y, si no era suficiente, la bolsa de plástico se me cae dentro: ¡Dios mío, voy a ir al infierno de la Ecología! Uff, a ver si con los papeles se me da mejor. Claro, lo mismo de antes: los sabios reciclantes, sieeeeeempre por nuestro bien, han decidido que vayamos echando los periódicos uno a uno, para que los leamos con detalle, y además para que hagamos ejercicio (ya sabemos, triglicéridos, colesterol...), y por eso han fabricado los contenedores azules como si fueran buzones gigantes donde deberíamos ir diariamente. Vale, me tranquilizaré, y echaré los papeles por la rendijilla, seguro que va bien... O no: se me ha caído la mitad de los papeles, y para colmo la portezuela metálica se ha cerrado y me ha doblado una uña para atrás: amigos, sabemos lo que eso duele. Me estoy cabreando, pero estoy comprometido y llegaré hasta el final, ¡por Tutatis!

La ropa vieja no ha sido tan difícil, pero dudo que llegue a su destino, el que fuese, ya que la puerta está forzada y abierta; se ha convertido en un triste mercadillo para quienes, quizá, la necesitan de verdad. Bueno, ¿qué me queda? ¡Adiós, la basura orgánica! Y claro, los sabios de los c.... han pensado (a estas alturas creo que lo de pensar a lo mejor no lo hacen muy habitualmente) que para qué vamos a poner un contenedor de basura “de los de toda la vida” al lado de los modernísimos de reciclaje, haría feo y quedaría poco europeo. Bufff, el feng-shui que traía de mi casa se me ha caído en uno de los contenedores, no recuerdo cual, y de estar en comunión con la Naturaleza he pasado a odiar hasta a Greenpeace, la madre que los... Total, que voy en coche al contenedor de basura-basura, donde dejo mi bolsa, y compruebo que en el maletero del coche hay varios charquitos misteriosos: ¿escabeche de mejillones? ¿zumo, leche, aceite? ¡Qué misterio, y qué humor se me está poniendo! ¡Viva, el maletero manchado y oliendo a cloaca, es lo que me faltaba para rematar el día!

Me voy a casa, no puedo más, esto de reciclar es agotador. Sí, me quedan las pilas y el trozo de ordenador viejo: las pilas le van a hacer compañía a otras tantas que ya habitan entre la palanca de cambios y el freno de mano (siempre me pasa lo mismo), y el trozo de ordenador... en fin, en la basura normal a lo mejor nadie se da cuenta... ¡No, insensato, eso no, pecador! ¡Estás mal-reciclando!

Mira, que le den morcilla a las leyes del reciclaje; si yo tengo que hacer esto cada vez que tiro la basura (que lo seguiré haciendo, por convicción), algo no funciona bien, o alguien no piensa con la cabeza, o a lo mejor es que a los “sabios” (risas) no les preocupa lo más mínimo, de verdad, el futuro del planeta. ¿O será que por eso la gente no recicla? Ya estoy en casa, y me abro una cerveza, creo que me la he merecido; eso sí, la lata al contenedor adecuado, que con los restos de la cena y pocas cosas más vuelve a estar casi lleno...