- Pues efectivamente, amigo mío, la conclusión es clara: usted
no existe.
-
Pero... ¿cómo dice? A ver, a ver, me parece que no le he
entendido bien... – replicó el paciente
-
Clarísimo. Como agua de manantial – repuso el médico -. Le
hemos hecho todas las pruebas, y los resultados están claros, la ciencia no
miente: es imposible que usted exista. La naturaleza, que como todo el mundo
sabe, es sabia, no podría haber permitido algo así, tan aberrante, tan extraño,
tan poco... natural.
-
Pero, pero... bueno, vamos a ver – contestó de nuevo el
paciente, empezando a mostrar un incipiente enfado: ¿Qué tontería es esa de que
“no existo”? ¡Pero si estoy aquí! ¿O es que no me ve usted?
-
Claro que le veo, es más, le he estado reconociendo durante
las últimas semanas para analizar su caso, le he sacado sangre, le he hecho
radiografías, escáneres... vamos, todas las pruebas que la medicina conoce
hasta la fecha. Al principio me pareció extraño, me costó entender tan
infrecuentes cifras, los resultados han indicado sin excepción que el sujeto
analizado no podría estar vivo, son conclusiones que no se han presentado nunca
antes. Incluso repetí las pruebas, por seguridad, y los resultados han vuelto a
ser los mismos...
Mire, la ciencia moderna está a años luz de la que
teníamos hace cuarenta años: la tecnología nos ofrece máquinas que fallan una
de cada millón de veces, incluso tenemos métodos para detectar esos errores y
reducirlos aún más... Por eso mi conclusión es inequívoca: usted no puede
existir, y por lo tanto, no existe.
El paciente calló unos
segundos, abrumado por tanta palabrería, y por la tremenda seguridad que emitía
el eminente doctor, y al final dijo con un hilo de voz:
-
¿Y... entonces... yo... ahora qué hago? Si no existo, si no
puedo ser producto de la naturaleza, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué he venido a
esta consulta, y por qué le estoy hablando ahora mismo?
-
En realidad eso no importa, ni siquiera sé si usted podría
utilizar la palabra “yo”... como no existe, no debería de hablar en primera
persona, ¿no cree?
-
Claro, claro, lleva usted razón... – dijo ... quien sea, o lo
que sea, o no sea... – yo no existo, así que... o mejor, dicho, esta persona no
existe... no, tampoco puede referirme a mi como “esta persona”, ¿no? Uf, qué
difícil es esto, no existir, no poder hablar de uno mismo... Y bueno, doctor,
entonces ¿tampoco podré seguir viendo a mi familia, ni a mis amigos?
-
¡Claro que no! ¿No querrá usted que les tomen por locos,
hablando con alguien que en realidad no existe?
-
No, claro, claro, pobrecillos... ¿Y mi trabajo? ¿Y el coro
donde canto, tampoco podré ir? Me gusta tanto cantar...
-
A ver, vamos a ver si le queda claro: usted no es una persona.
Y además, nunca lo ha sido. Básicamente porque no existe como tal. Así que ni
sus amigos son sus amigos, ni su familia es tal, ni su trabajo... usted no
tiene aficiones, no puede tenerlas, ¡no es natural! ¿No lo entiende?
-
Buf, me cuesta entenderlo... se ve que, al no existir, a mi
mente le resulta difícil entender... claro, es que mi mente tampoco existe...
-
¡Eso es! ¡No hay tal mente, ni cerebro ni nada! Veo que lo va
usted entendiendo...
-
Pero entonces... –y una lucecilla empezó a encenderse en sus
ojos-, si no existo, ¿cómo es que comprendo que no existo? Hay algo ilógico en
su razonamiento, doctor.
-
Anda, pues es verdad, no lo había pensado así. Si usted no
existe, no puede entender que no existe... esto sí que es chocante... - dijo el
doctor, con evidente contrariedad.- Vaya, qué paradoja...
-
Oiga, y si esa conclusión contradictoria, y por tanto
imposible, la ha elaborado usted, ¿no será que el que no existe es usted? –
dijo el paciente, con valentía.
-
¿Cómo? No, no puede ser, ¿cómo no voy a existir yo? – Dudó
unos momentos- Pero, sin embargo,
podría ser, sí... no lo había pensado...
-
¡Claro! ¡Eso es! De esa manera todo encaja, ¿no lo ve? Es
usted quien no existe, y todas sus conclusiones son erróneas, antinaturales...
¡es usted el que debe asumir su inexistencia! Vamos, es usted médico, debería
entenderlo fácilmente... o, en fin, no es usted nada, porque no existe...
-
Claro, claro... –siguió diciendo el doctor, cada vez más
ensimismado, bajando poco a poco el volumen de su voz-, lleva usted razón: soy
yo quien no existe, así todo tiene sentido, todo encaja...
Y desapareció. El
medico, como buen científico que era, aceptó su inexistencia, y se fue
desvaneciendo poco a poco.
-
¡Qué alivio! Menos mal que no era yo, de lo que me he librado
–dijo el paciente para sí mismo.
Salió de la consulta, y siguió existiendo.