Esta vez no ha sido a mi: ha sido a una amiga. Ella lo
sufrió, y me lo ha contado. Horrible, helador, como suele ser. Y frustrante,
como yo recuerdo que también me ha pasado a mi. Y supongo que a todos; aunque a
ella esta vez, por causas que no vienen al caso, le dolió especialmente. Como
no soy quién para interpretar las sensaciones de mi amiga, describiré cómo me
ha pasado a mi cualquiera de las veces... sólo de pensarlo, brrrrr....
escalofrío que recorre mi espinazo.
Suele suceder cuando uno
atraviesa pueblos pequeños, aislados, de esos que no salen en los mapas,
pedanías o “cortijás”... en estos casos es casi comprensible: hay personas,
generalmente ya mayores, que no ven una cara nueva habitualmente, acostumbrados
al campo y a los animales, y a los pocos humanos que aún se atreven a vivir en
estos parajes que, haberlos, haylos... entonces se puede entender, hasta
resulta pintoresco.
El problema es cuando sucede en
un pueblo de cierta magnitud, o en una ciudad mediana... y acongoja cuando la
escena transcurre en ciudades grandes, de esas que son capital de algo más que
de provincia. Y hiela la sangre cuando pasa en tu propio barrio.
Es corto, no dura más de unos
segundos, y sigue un patrón común: tú vas andando, o en coche a poca velocidad,
o en bicicleta... cuando te cruzas con el sujeto, con el que yo, en mi mente,
llamo “el ultracuerpo”... (es recomendable para seguirme el hilo haber visto
“La invasión de los ladrones de cuerpos” obra maestra en blanco y negro, o el remake
“La invasión de los ultracuerpos”, ya en color).
Bien. Tu ánimo es, digamos,
normal, hasta que ves que el ultracuerpo (que puede ser hombre, mujer, adulto,
niño) te mira como si hubieras salido del mismísimo infierno, y tuvieras
cuernos y rabo; o si hubieses venido en platillo volante desde Saturno a
invadir la Tierra, y los cuernos, en esta ocasión, fuesen dos antenas verdes.
El ultracuerpo abre mucho los ojos, que dan ganas de mirarse al espejo por si
se te ha caído la cara... a veces, este gesto es acompañado con una progresiva
apertura de boca, de menos a más, proporcional a la sorpresa que les hemos
causado. La cabeza va girando al son de nuestro desplazamiento, y no dejan de
mirarnos sin pudor alguno. Es esa mirada la que no es de este mundo.
Esa mirada te sacude el alma. Te
deja como un estornudo interrumpido. Es de una tremenda falta de respeto, de
lesa humanidad. Te mira a los ojos sin piedad ninguna, eres un objeto para el
ultracuerpo, no le importas, ni siquiera estás vivo, no eres nada. Te
disecciona con la impunidad de quien abre una geoda con un martillo, como quien
abre un hormiguero a ver qué hay dentro. Les falta, lo único, señalar con el
dedo acusador... aunque no lo necesitan, esas pupilas señalan sin uñas.
La sensación es... si hay alguien
que no lo haya sentido, intentaré explicarla: una mezcla de miedo, vergüenza,
irritación (más bien cabreo) e impotencia... o algo así. Dan ganas de
contestarle “¿y tú qué miras?”, como cuando tenías ocho años, pero claro, esto
te haría quedar peor. O de plantarte delante y mirar fijamente, a ver quién
aguanta más. O de preguntarle “disculpe señora, ¿hay algo en mi que le cause
sorpresa?”, pero sospecho que no serían capaces de responder, incluso dudo de
que sepan hablar. Aún peor es cuando el ultracuerpo es una niña o un niño: “ya
lo han captado, está perdido”, piensas, ya es uno de ellos...
¿Qué hacer ante estos bichos? Buf, si yo lo
supiera.... hay quienes bajan la mirada, con culpa inexplicable, pues tienen la
culpa bien aprendida. Otros miran hacia otro lado, silbando, cantando, como si
no hubieran visto al inhumano ultracuerpo, como quien canta para ahuyentar el
miedo... yo intento sostenerles la mirada sin detenerme, todo el rato que sea
posible, endureciendo mi gesto, imitándole, como en el “juego del gallina” en
el que se retan dos coches frente a frente: a veces funciona, y el inhumano
desvía la suya, o tose y hace como que no miraba: ¡Victoria! ¡Lo hemos
aniquilado, el demonio ha salido de su alma!
El problema se plantea si la
contra-estrategia no funciona, cuando el engendro sostiene la suya, con el
gesto aún más duro. Ahí ya depende de tu fuerza, amigo: si eres capaz, sigue,
concéntrate, acaba con él... yo debo reconocer que no puedo, si me aguantan un
rato largo (son unos segundos en tiempo físico, pero eones en tiempo mental) me
vengo abajo, me han vencido, ellos sí que son de otro planeta donde el respeto
no existe, y me han tumbado.
Peor aún: el bicharraco es un niño, le sostienes la mirada, y contraataca con expresión de odio terrible, sin ceder nunca: es el horror, estamos todos condenados... ¡¡¡¡¡aaaaayyyyyyyyy!!!!!
Peor aún: el bicharraco es un niño, le sostienes la mirada, y contraataca con expresión de odio terrible, sin ceder nunca: es el horror, estamos todos condenados... ¡¡¡¡¡aaaaayyyyyyyyy!!!!!
El otro día estaba en la playa y una señora se puso a mirarme justo así. Pasó el tiempo y la señora no podía quitarme los ojos de encima. Me miraba y me miraba sin parar. Así que decidí mirarla yo a ella de la misma manera solo que yo estaba sonriendo con un poco de cachondeo. Dos minutos más tarde, debí dejar de ser una persona tan interesante, porque comenzó a fijar la vista en otras cosas...
ResponderEliminarJa ja ja!! Nos rodean!! Están por todas partes!! Avisen a la Guardia Nacional!! :D
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