sábado, 25 de junio de 2011

Profeta

Hay un profeta que no figura en la Biblia, pero que condiciona la vida de todos los humanos. Nadie lo ha leído, pero todo el mundo ha escuchado hablar de sus enseñanzas, y desde niños nos creemos a pies juntillas todo lo que nos dice, haciéndonos sentir mal cuando lo desobedecemos. Nos lo han predicado con toda su buena fe padres, maestros, curas, amigos, familiares, y tenemos el convencimiento de que, sólo con nombrarlo, su palabra es sagrada.

Si hacemos caso de los que nos dice, la vida nos irá bien, seremos aceptados por la sociedad y estaremos entre los ciudadanos ejemplares que son dignos de admiración. Terminaremos estudios, tendremos trabajo (y uno bueno además), solvencia económica, una pareja y una familia dignas de envidia, y probablemente estaremos en sintonía con el Universo entero. Pero, si no le seguimos la corriente... ay, entonces el mundo no nos lo perdonará, seremos desterrados de los bienpensantes y nos alejaremos de la media aritmética de los humanos...

Es un asunto comúnmente aceptado que el profeta del que hablo siempre tiene la razón, es más, basta citarlo para que lo que se añada a continuación sea cierto. Hasta presidentes de gobierno y autoridades religiosas se rinden a sus pies, y cuando un político lo invoca, parece hasta que lleve razón en lo que dice.

Sin embargo, existe una tropa de descreídos que no le profesan la debida veneración, y entre estos hay dos tipos: los primeros, aquellos que no han creído nunca en él, y que se definen a sí mismos como seres satisfechos, puede que incluso felices, extrañamente felices, porque el resto de mortales los desprecia, los rechaza y no puede comprender su chocante comportamiento.

Pero los peores son los segundos, quienes lo siguieron sin dudar, fueron sus más fervientes súbditos y un día se percataron de que, al acatar su doctrina, habían arruinado su vida por completo: ¿qué hay peor que descubrir un día que has sido fiel a tu maestro, has cumplido todos los preceptos que te han sido encomendados y que, sin embargo, tu propia vida se desmorona porque toda esa sabiduría no era lo que necesitabas? ¿que la ideología que has seguido y defendido era... humo?

El nombre del profeta, lo sabemos... Se llama San Deberías, y todos lo hemos invocado más de una vez, y nos lo invocan de vez en cuando. La creencia en este profeta no es maligna, y cuando alguien lo cita lo hace en general con intención sana, de ayudar. Sin embargo, hay que hacer una denuncia: es un falso profeta.

Necesitamos dejar de una vez de escuchar sus enseñanzas, sus embustes y falacias imposibles de cumplir, y convertirnos; seguir a otros profetas más veraces, como son San Quiero, San Necesito y San Yomismo, aunque también a estos hay que ponerlos en cuarentena...

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