Te pasas la vida intentando encajar. Encajar en el pequeño
recuadrito que te han asignado porque, como naciste con un pito entre las
piernas, pues te dijeron que eras un niño, y que de mayor debías convertirte en
un hombre de provecho, un señor respetable. Y tú te lo crees, porque eres de
natural obediente y cumplidor(a) y no te gusta llevar la contraria. Así que,
aunque hay algo que no te acaba de cuadrar, les haces caso, porque también te
han enseñado a fuego que los mayores siempre llevan razón, y tú como no quieres
alborotar pues eso, les haces caso. Y vives como un niño e intentas hacer cosas
de niño, aunque lo que de verdad te encantaría es estar con las niñas y jugar a
sus cosas, pero como eres un niño católico, apostólico y romano, y además no
eres de llevar la contraria, pues te aguantas y sigues haciendo de niño. Aunque
a veces no puedes evitar cogerle a escondidas la ropa a tu madre, y rezar a
Dios para que por la mañana tengas otra cosa entre las piernas y puedas decirle
a tu madre “yo no he sido, ha sido Dios, yo no quería”, aunque claro que sí que
querías. Y porque eres cobarde y lo último que querrías es que te pasase lo de
ese niño de tu clase que se pinta las uñas y los demás lo meten de cabeza en el
cubo de la basura gritándole de forma ensordecedora “¡maricón!”, a pesar de que
no sabes qué significa eso de “maricón”, pero es evidente que debe ser algo
malísimo.
Y creces disimulando, reprimiendo
cualquier atisbo de pluma que te pueda salir, porque eso sería descubrirte,
como los judíos en tiempos de nazis, y te armas de una coraza que impide, con
un lastre de plomo, los movimientos afeminados... e intentas pasar por un niño,
aunque no te sale lo de jugar al fútbol (y lo has intentado, de verdad, pero no
hay manera...), ni lo de dar golpes gratuitos a los amigos, ni eso de hacer el
borrico a la mínima ocasión... Y a pesar de eso, haces buenos amigos, y tu
familia te acepta y te quiere porque eres un niño estudioso, obediente,
respetuoso y bueno. Pero tú sigues sabiendo que algo no encaja, no acaba de
encajar.
Y de repente eres un chico (nunca
pude decir la palabra “hombre”, me daba repelús) con carrera universitaria,
de esas que dicen que dan dinero, y tienes una buena vida familiar y social, a
pesar de que tus amigos de vez en cuando te dicen “qué raro eres”... pero le
sigues cogiendo a escondidas la ropa a tu madre... Y cuando empiezas a trabajar
y a ganar un poco de dinerillo lo primero que haces es comprar algo de ropa de
mujer en un hipermercado, a ser posible muuuuuy lejos de tu casa (no sea que
alguien te conozca), y guardarla en el máximo de los secretos. Y cuando tienes
algo más de dinero alquilas un trastero donde la guardas, y desde donde
(inevitablemente) de vez en cuando sales vestida como lo que sientes que eres,
para dar un paseo a altas horas de la madrugada, mejor a ser posible si está
lloviendo, para poder ir con abrigo hasta el cuello y paraguas, no sea que
cualquiera te descubra y te pegue una paliza o te tire una piedra, o algo peor.
Y un día eres un adulto, y te has
construido esa vida respetable por la que tantas personas matarían... pero
sigues sintiendo que es una farsa. Y llega un momento en el que la asfixia es
tal que sientes que no puedes respirar, y necesitas salir a tomar aire, y ser
tú, ser tú misma, esa chica, esa mujer, que tú siempre has sabido que eras,
pero que jamás te has atrevido a ser, porque corría peligro tu vida. Porque te
podían matar, porque durante estos años has leído (a escondidas) muchas
noticias, y reportajes, y libros, y has visto películas, y sabes que te ha
tocado lo peor que puede haber en el planeta en el que te ha tocado nacer:
contradecir la primigenia e intocable etiqueta que se imprime a todo ser humano
que nace vivo: ¿es niño o niña?
Y como te ahogas, el instinto te
dice que debes respirar, a toda costa, a cualquier precio. ¿Que me pueden
matar? Lo sé, pero si no respiro también moriré. ¿Morir?: es una opción.
Pero... ¿y si saliera bien? Y empiezas la “transición”. Y afortunadamente te
sale bien, requetebién diría yo, aunque no es gratis (de los precios que se
pagan, altísimos precios, otro día hablamos). Y empiezas el camino. Y te llaman
“valiente” (¿valiente, yo? Si tú supieras...), y lo cuentas pacientemente a
quienes te rodean, una, dos, tres, cuarenta y siete, setenta y dos... mil veces.
Y, como quien se tira desde un trampolín, lo haces. Haces el cambio, el proceso, la transición, como se llame. Con (nunca lo habría imaginado) éxito. Y llega un día en que te
dicen que eres un referente, que no hay muchas como tú, y puedes ayudar a
quienes están como tú estabas hace... ¿milenios, siglos? Eso parece, pero en
realidad fue... ayer.
Y cuando crees que lo tienes todo
bajo control, cuando ves que por fin has encajado en el otro recuadrito, en el
que no te asignaron, en la parte opuesta del muro de metacrilato que llevas
viendo desde que tienes memoria... cuando piensas que todo está correcto,
resulta que lees aún más libros, y conoces personas que te hacen replantearte
todo, todo, todo, absolutamente todo el mundo en el que creías que vivías, y
tienes conversaciones que te abren la mente de par en par, como cuando ventilas
el dormitorio por la mañana, y que te deslumbran y te dejan helada y sin
resuello, porque... ¿y si no hubiera recuadritos? ¿Y si esa elección que
tuviste que hacer con apenas uso de razón no hubiera habido que hacerla? ¿Y si
todo es un juguete que hemos inventado los seres humanos para distraernos
(construcción social, le llaman)?...
Entonces... ¿qué he hecho hasta
ahora? ¿He hecho el tonto, la tonta? ¿Es que no había ningún recuadrito que
cumplimentar? ¿Acaso podría yo haberme quedado donde estaba pero siendo
“natural”, dejándome llevar por mis impulsos irracionales (ay, impulsos
cubiertos por capas y capas de educación, más dura que el mármol a mis
quejas...)? ¿Y cómo es “ser natural”? Yo no puedo saberlo, lo enterré en cuanto tuve uso de razón...
Así que, si las categorías
sociales, si el género en concreto, es algo creado por los humanos... si esa
frontera que divide al mundo en dos, no existiera... ¿Tendría sentido transitar
hacia ninguna parte? Si todo fuese una sopa de individuos únicos, heterogéneos,
libres e irrepetibles, mundo en el cual nadie se sintiese ofendido por cómo es
su vecino (qué maravilla, ¿sucederá algún día?), ¿sería necesario ser
transgénero? Ahora que, por fin, a mi edad, he entendido quién soy y lo que
soy, ¿ahora vuelvo a no tener sentido?
Toda la vida intentando encajar,
y por fin lo he conseguido. Y al final del proceso, parece que no había que
encajar en ninguna parte... Me dicen que lo que hace falta es cambiar el mundo,
que somos los seres humanos quienes hemos inventado un sistema que hace
infelices a las personas, y que debemos destruirlo... Y que me toca a mi unirme a esa revolución. Y yo me pregunto: maldita sea mi suerte, ¿por
qué demonios debemos las personas trans cambiar el mundo? ¿Por qué tenemos que
llevar sobre nuestros hombros esa abrumadora responsabilidad? ¿Por qué debo yo
de liberar a la Humanidad? ¡Pero si yo soy cobarde, muy cobarde! ¿No os dais
cuenta?... ¿Cómo voy a hacer eso? Además, que es muy fácil pedir eso por parte
de quienes no saben lo que implica...
Si todo en fin es una construcción
artificial, si todo podría ser, o haber sido de otra forma, ¿tiene sentido mi
lucha? Si no existe ni el hombre ni la mujer, ¿entonces soy, o no soy, una
mujer? ¿De verdad que me he pasado toda mi existencia ocultando que me gusta
pintarme los labios, para ahora concluir que pintarse los labios debería ser
libre? Y lo peor es que no puedo estar más de acuerdo: claro que sí, claro que
no debería haber barreras entre géneros, y ni siquiera debería haber géneros, pero...
¿eso en dónde me deja? Cuando creí que ya sabía quién era... ¿quién soy yo
entonces?
Yo sólo quería encajar...
Yo sólo sé que eres mi familia, una persona única, a la que admiro, quiero y respeto. Con eso me sobra y me basta.
ResponderEliminarEres una persona con numerosas inquietudes que hacen que te replantees desde lo más infranqueable hasta lo más liviano de la naturaleza humana y la sociedad en la que vivimos.
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